Cruzando la puerta, el rostro juvenil
a los pies de un viejo árbol, encontró el abismo.
Llegado el otoño, al caer de las hojas
la luz le mostró las manos de un niño.
En unas fotos antiguas, imparable el rio gris
bajó y bajó, para nada ser, para nada ser lo mismo.
El olvido, desaparecido ayer, remedió cansado
las semillas, los pasos, a miles de dioses ahogados.
Cuando todo perecía, el mar perdido arrastró,
casi sin contarlo, sin notarlo,
la noche, el estruendo y la orilla.
la noche, el estruendo y la orilla.
Y así el cielo alejó estrellado, bajo las hojas
los dueños de sueños perennes.
los dueños de sueños perennes.
Por eso, la lluvia fresca, de verde alegría,
llego sin ruido, nocturna, sin melodía.
Y nació otro rio gris, de ajetreada umbría,
de rosas caídas, sin historia, de los días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario