Resulta una impactante historia, ya en sus primeras páginas, en las que se relatan las prácticas de bestialismo, que según nos cuenta el autor, eran habituales para niños y mayores en el entorno rural de la isla.
A falta de haber leído otras de sus obras, impresiona la omnipresencia de sus experiencias sexuales, eclipsando otros aspectos literarios, de carácter histórico, costumbrista o intelectual, que sin duda interesantes, se omiten.
Quizás por haber sido escrita durante los últimos momentos y rememorando su vida en la isla, gran parte de la historia tiene un carácter neutro, e incluso positivo. Dentro de las pautas tradicionales de una sociedad rural, el texto parece reflejar una conllevancia bastante aceptable de la homosexualidad. De hecho, incluso durante el periodo en el que el autor trabajo en la UNEAC, ya avanzada la revolución comunista de Fidel Castro, parecía haber un acuerdo tácito de respeto a los escritores e intelectuales más extravagantes y disolutos.
Pero efectivamente, según avanza la represión, especialmente durante la década de los setenta, el relato se va endureciendo, resultando estremecedor, no tanto por la represión hacia los homosexuales, de la que no se dan muchos detalles, como por el hambre y la miseria que les toco vivir a los habitantes de Cuba. Siguiendo la pauta de todos los regímenes comunistas, Cuba se convirtió en una enorme cárcel donde todos denunciaban a todos, todos mentían continuamente y se convivía en cierta armonía. Su paso por la prisión del El Morro, culmina el relato estremecedoramente.
Desde un punto de vista literario, el texto no me resulta en absoluto atractivo, salvo una pequeña parte, ciertamente mágica. Se trata de un capítulo extenso, para lo habitual del libro, denominado Hotel Monserrate, en el que una descacharrante narrativa llena de momentos hilarantes, adquiere tintes de realismo mágico, un páramo en llamas urbano.
Finalmente, sus últimas etapas, tras la salida de Cuba, reflejan la desorientación y la nostalgia, que explicarían que en su carta de despedida, sus únicas culpas fueran dirigidas a quién le obligo a dejar la isla. La disidencia de Miami tampoco sale bien parada.
Una última nota, sobre la denuncia que el autor hace de aquellos que no estando sometidos a la dictadura defendía entusiasmados el régimen de Castro. En la línea de lo presentado por Revel en su The Flight from Truth: The Reign of Deceit in the Age of Information, García Marquez o Cortazar, entre otros, fueron para el autor los mamporreros intelectuales del comunismo.
Un relato de final triste.
Recomendable.
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