El tiempo arrecia,
agostado el reloj de piedra
alarga su sombra,
mientras la yedra, hidra voraz
despide la forma que fue,
para ahondar la memoria
ahuecada, de ecos devorada
que antes que verde,
se volverá mar,
ahuyentada
hacia profundidades
donde el viento rescata,
la tormenta que un día partió
la olas derrotadas, en orilla,
en susurros de chapinas desconchadas.
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