El hijo callaba.
Pero el padre le oía callar.
Según se acumulan los años, creo que a todos nos resulta familiar esa sensación de anhelo, el vigor que adquieren los sentimientos que rememoran nuestra vida pasada. Y así, de manera inapreciable, los recuerdos de nuestra infancia adquieren una vívida relevancia, tomando por asalto nuestros pensamientos actuales.
Aunque numerosas obras han rememorado estas vivencias, creo que existe un elevado consenso sobre cómo el fin del mundo que fue desembocó en la primera de las grandes atrocidades del siglo XX: la Primera Guerra Mundial.
La Marcha Radetzky presenta una historia, que arrancando el la Guerra Franco Prusiana y finalizando a mitad de la Primera Guerra Mundial, parece señalar que por primera vez en la historia, el salto fue tan grande, que el paso de una generación a la otra se completo con la aniquilación de la nueva generación, o al menos 20 millones de ellos, y el olvido de la antigua. El desconcierto fue tan grande, que tan solo unos 20 años mas tarde, se reanudó la destrucción, esta última vez con más efectividad mortal.
El texto recorre de manera desafectada el fin de una época, el desmoronamiento del Imperio Austro-Hungaro, en pequeños pasos, degradado en pequeñas historias cotidianas, arrastradas o arrastrando, lenta pero inexorablemente, los sucesos históricos. Y lo hace con una prosa cuidada, poética en ocasiones y pareciendo reflejar en momentos la propia bajada a los infiernos del propio autor.
Ha sido toda una revelación, en especial, después de leer algunas obras de descuidada prosa contemporánea. Me ha permitido volver a valorar la novela del siglo XX a mitad de camino entre el realismo y John Fante.
Altamente recomendable.
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